jueves, 4 de agosto de 2016

Veronica Forrest-Thomson



Antigüedades

Un gesto es adjetivo,
dos manos, granito
cuando convierten el pan en carne
(Notre Dame, 14 de julio)
Un espejo es una vitrina de museo,
dos manos, de las sacerdotisas
cuando ella momifica su cara.
La emoción es un paréntesis,
dos manos, ironía
cuando enciendo la vela
y me santiguo.
La aprobación estética es cristal
cuando encierra sus ojos de fayenza
y su piel dorada.
(Musée du Louvre, 18 de julio)
Mirada es la cópula
que petrifica nuestras identidades diversas,
superficies sintácticas.

II

Día de los arcángeles
Mis margaritas de cartón han florecido
de nuevo.
La silueta de la ciudad destaca
como real, desde el libro desplegable
de un niño, “un castillo recortado
en papel” (Gawain y el Caballero Grene
c.1400). Hojas de otoño se giran como
páginas, negro sobre blanco. Porque el verde
y el oro deben ser tan parentéticos
como caminatas a través del aire afilado
y el color clamoroso, luz humosa
a lo largo de los Backs de Cambridge, de la máquina de escribir
a la Biblioteca. “Gramática” proviene de
“glamour”; la ecología podría mostrar que las dos
todavía son afines: Museo, Gr. mouseion,
santuario de las Musas, un edificio
dedicado a la búsqueda del aprendizaje
o las artes. (Diccionario de Inglés de Oxford)
Las leyendas en marcos
glamurosos y gramaticales para una monografía sobre
placas no existentes. Juntos, pegamento, papel,
tijeras y la biblioteca
agrupan una maqueta de una historia
individual. ¿El arte de la Poesie inglesa?
"Esa simonía se denomina ironía".

martes, 2 de agosto de 2016

Pablo Ohde




XXXI


sobre cien mil castillos sumergidos

del cristal su luminiscencia

hacia la grandeza imponente que rodea la Bahía del Toro

isla Victoria

oscura sombra del agua en verano

un espacio con todas las formas

forma de peñasco

forma de guardián

de suaves arenales

y agudas gaviotas arañando el cielo

integridad gozosa en escasos peldaños de tierra

una ola inmóvil y un paisaje que es suyo

el sol del mediodía

sobre el lagarto enorme del lago dormido

entre las montañas incesantes

y nadas

hacia las cumbres eternas

hacia un cielo de inminente claridad

en las heladas aguas de la Bahía

y descubres que la paz

conserva la textura de febrero

y te sumerges en lo que quizá sea

tu último día perfecto

así transcurre el sueño

para la Criatura que se niega a los espejos

por no poder soportar

la vigilia de su mirada

(De "Panteo", 2009)


Juan Manuel Alfaro





DE PÁJAROS VOLADOS



Cuando a mi madre se le volaban los pájaros

parecía imposible que la tierra pudiera volver a tener connotaciones azules;

el día quedaba colgado en el patio

-como a una fruta traslúcida se le veía hasta adentro el sol-

y para tocarlo había que romper el mundo

y que no quedaran rastros,

había que juntar la luz de a pedacitos

y pegarla en el cielo y en las cosas

sin que se notara un añadido,

un borde,

una impureza en el diamante restituido;

había que extremar sigilos para evitar sus canas verdes

a punto de brotar y de expandirse hasta cubrir la eternidad.



Cuando a mi madre se le volaban los pájaros,

la casa parecía suspendida con alfileres en el centro de los puntos cardinales

y la suerte de los tréboles replegaba su cuarta hoja.



Pero o no resistía demasiado el nudo que se le hacía en el alma

atándonos a todos

y al igual que el del pañuelo que cubría su cabeza,

iba en seda deslizando los colores,

y nos veía volver de la música de nuestro corazón

como si recogiera de cada uno una porción de la lágrima

que empezaba a formársele

y en la que nos íbamos reflejando

a medida que pasábamos

y terminábamos de crecer...



No en musgos, ni en cenizas del lenguaje,

sino en altas arboledas se asientan esos pájaros.

(Vaya uno a saber qué fulgores y qué calladísimas mortajas

ardían en los restos de juventud 'que aún la iluminaban

encendiéndola,

como un sol todavía detrás de las lomadas…)



No sólo de tizones humeantes, los vocablos;

en ataditos frescos, también la fiesta de la niña

volviendo por el campo,

la copa volcada de la escuela

y las voces abriéndole las rosas,

cantando en el confín de los trigales,

solita en el temblor de las palabras,

para cedernos, después, lo inapagable.



Y el aire se hizo en mí,

como pudo haberse hecho en mis hermanos

o deshacerse dulcemente en las crines felices de los caballos jóvenes

u ofrecer a otros llamados su blanda claridad

entre el haz de filos de los espartillos;

pero el aire se hizo en mí

y nazco siempre del lenguaje de mi madre,

en el que -como a una fruta translúcida- se le ve hasta adentro el sol;

y a mi poesía, también, a veces, como a ella, se le vuelan los pájaros

porque hay tanto mundo al sesgo,

tantas novedades repetidas en la memoria de este país espléndido

y sangrado

y florecido,

tantos huesitos solos en las armazones del alma y la intemperie,

tanta canción que alumbra y pasa cantándonos y la dejamos ir

y, acaso, no lleguemos a alcanzarla nunca.

Se le vuelan los pájaros y en prosa llana y a zancadas

sale a juntar la luz de a pedacitos

y el fuego que nos queda y las manzanas,

y el agua que fue alegre en los arroyos

(vaya uno a saber detrás de qué lomadas, aún festeja la niña

la copa volcada de la escuela, y los vocablos abriéndose en las rosas

y un confín de trigales temblando en las palabras),

no en musgos, ni en cenizas del lenguaje,

sino en las altas arboledas.





(De“Los teros de la gracia”, Ediciones del CLE, 2015)