martes, 2 de agosto de 2016

Juan Manuel Alfaro





DE PÁJAROS VOLADOS



Cuando a mi madre se le volaban los pájaros

parecía imposible que la tierra pudiera volver a tener connotaciones azules;

el día quedaba colgado en el patio

-como a una fruta traslúcida se le veía hasta adentro el sol-

y para tocarlo había que romper el mundo

y que no quedaran rastros,

había que juntar la luz de a pedacitos

y pegarla en el cielo y en las cosas

sin que se notara un añadido,

un borde,

una impureza en el diamante restituido;

había que extremar sigilos para evitar sus canas verdes

a punto de brotar y de expandirse hasta cubrir la eternidad.



Cuando a mi madre se le volaban los pájaros,

la casa parecía suspendida con alfileres en el centro de los puntos cardinales

y la suerte de los tréboles replegaba su cuarta hoja.



Pero o no resistía demasiado el nudo que se le hacía en el alma

atándonos a todos

y al igual que el del pañuelo que cubría su cabeza,

iba en seda deslizando los colores,

y nos veía volver de la música de nuestro corazón

como si recogiera de cada uno una porción de la lágrima

que empezaba a formársele

y en la que nos íbamos reflejando

a medida que pasábamos

y terminábamos de crecer...



No en musgos, ni en cenizas del lenguaje,

sino en altas arboledas se asientan esos pájaros.

(Vaya uno a saber qué fulgores y qué calladísimas mortajas

ardían en los restos de juventud 'que aún la iluminaban

encendiéndola,

como un sol todavía detrás de las lomadas…)



No sólo de tizones humeantes, los vocablos;

en ataditos frescos, también la fiesta de la niña

volviendo por el campo,

la copa volcada de la escuela

y las voces abriéndole las rosas,

cantando en el confín de los trigales,

solita en el temblor de las palabras,

para cedernos, después, lo inapagable.



Y el aire se hizo en mí,

como pudo haberse hecho en mis hermanos

o deshacerse dulcemente en las crines felices de los caballos jóvenes

u ofrecer a otros llamados su blanda claridad

entre el haz de filos de los espartillos;

pero el aire se hizo en mí

y nazco siempre del lenguaje de mi madre,

en el que -como a una fruta translúcida- se le ve hasta adentro el sol;

y a mi poesía, también, a veces, como a ella, se le vuelan los pájaros

porque hay tanto mundo al sesgo,

tantas novedades repetidas en la memoria de este país espléndido

y sangrado

y florecido,

tantos huesitos solos en las armazones del alma y la intemperie,

tanta canción que alumbra y pasa cantándonos y la dejamos ir

y, acaso, no lleguemos a alcanzarla nunca.

Se le vuelan los pájaros y en prosa llana y a zancadas

sale a juntar la luz de a pedacitos

y el fuego que nos queda y las manzanas,

y el agua que fue alegre en los arroyos

(vaya uno a saber detrás de qué lomadas, aún festeja la niña

la copa volcada de la escuela, y los vocablos abriéndose en las rosas

y un confín de trigales temblando en las palabras),

no en musgos, ni en cenizas del lenguaje,

sino en las altas arboledas.





(De“Los teros de la gracia”, Ediciones del CLE, 2015)




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