DE PÁJAROS VOLADOS
Cuando a mi madre se le volaban los pájaros
parecía imposible que la tierra pudiera volver a tener connotaciones azules;
el día quedaba colgado en el patio
-como a una fruta traslúcida se le veía hasta adentro el sol-
y para tocarlo había que romper el mundo
y que no quedaran rastros,
había que juntar la luz de a pedacitos
y pegarla en el cielo y en las cosas
sin que se notara un añadido,
un borde,
una impureza en el diamante restituido;
había que extremar sigilos para evitar sus canas verdes
a punto de brotar y de expandirse hasta cubrir la eternidad.
Cuando a mi madre se le volaban los pájaros,
la casa parecía suspendida con alfileres en el centro de los puntos cardinales
y la suerte de los tréboles replegaba su cuarta hoja.
Pero o no resistía demasiado el nudo que se le hacía en el alma
atándonos a todos
y al igual que el del pañuelo que cubría su cabeza,
iba en seda deslizando los colores,
y nos veía volver de la música de nuestro corazón
como si recogiera de cada uno una porción de la lágrima
que empezaba a formársele
y en la que nos íbamos reflejando
a medida que pasábamos
y terminábamos de crecer...
No en musgos, ni en cenizas del lenguaje,
sino en altas arboledas se asientan esos pájaros.
(Vaya uno a saber qué fulgores y qué calladísimas mortajas
ardían en los restos de juventud 'que aún la iluminaban
encendiéndola,
como un sol todavía detrás de las lomadas…)
No sólo de tizones humeantes, los vocablos;
en ataditos frescos, también la fiesta de la niña
volviendo por el campo,
la copa volcada de la escuela
y las voces abriéndole las rosas,
cantando en el confín de los trigales,
solita en el temblor de las palabras,
para cedernos, después, lo inapagable.
Y el aire se hizo en mí,
como pudo haberse hecho en mis hermanos
o deshacerse dulcemente en las crines felices de los caballos jóvenes
u ofrecer a otros llamados su blanda claridad
entre el haz de filos de los espartillos;
pero el aire se hizo en mí
y nazco siempre del lenguaje de mi madre,
en el que -como a una fruta translúcida- se le ve hasta adentro el sol;
y a mi poesía, también, a veces, como a ella, se le vuelan los pájaros
porque hay tanto mundo al sesgo,
tantas novedades repetidas en la memoria de este país espléndido
y sangrado
y florecido,
tantos huesitos solos en las armazones del alma y la intemperie,
tanta canción que alumbra y pasa cantándonos y la dejamos ir
y, acaso, no lleguemos a alcanzarla nunca.
Se le vuelan los pájaros y en prosa llana y a zancadas
sale a juntar la luz de a pedacitos
y el fuego que nos queda y las manzanas,
y el agua que fue alegre en los arroyos
(vaya uno a saber detrás de qué lomadas, aún festeja la niña
la copa volcada de la escuela, y los vocablos abriéndose en las rosas
y un confín de trigales temblando en las palabras),
no en musgos, ni en cenizas del lenguaje,
sino en las altas arboledas.
(De“Los teros de la gracia”, Ediciones del CLE, 2015)
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