viernes, 19 de septiembre de 2014

Magda Portal



PACIFIC STEAM



recien noche vientre negro de fiera amaestrada

tus pasillos se encienden con luciérnagas de sueño



arrinconada está la flor de mis veinte años

como una niña de cabellos largos



mar del color del jersey de la mañana



balanceo embriagante



sin palabras - armonía de lo silencioso



cortando el trasatlántico el presente

enarboladas manos de adiós -



gritaban las gaviotas

pañuelos inútiles - sin respuesta



 el rojo capitán obeso - y el japonés

de ojos tatuados de deseo -

flechas tiradas al azar - las siluetas de las

pasajeras -



la pianola es un grito destemplado

el corazón del mar abrazado de oscuridad



viajeras pálidas - ojos anestesiantes-

hombres que fuman cigarrillos de recuerdo



y por las claraboyas de la noche

se asomó la mañana



EN SUS MANOS TRAÍA LA COSTA —

Claudia Lars



Dibujo de la fuga (I)






Nunca se ha visto un blanco, un encarnado,
tan amorosos como el lindo verde.
Andrew Marvell

El árbol y su cielo.
Ya despierta la fábula en las cosas.
El cielo de mi risa
sobre el ágil velamen del columpio.

Yo tenía la nube,
también la huella fina de los pájaros
y un reino verde con semillas verdes
y el mar en el olfato.

Por aire humedecido
imaginad el ángel de las flores.
Por ríos invisibles
los jardines dispersos en mi frente.

De su centro de sangre
alzado el corazón, el fino huésped.
Jnto a párvulas sombras
musgo de leche y encendidas anclas.

Yo tenía mi cuerpo
y una fruta sin vello y dos abejas.
Me bañaba desnuda entre naranjos,
me comía el augurio de los tréboles.

El modo de mi casa
-hecho de arrimo y piedras vigilantes-
iba de viaje en un antiguo viaje
y en un libro de peces.

Los ojos de mi padre
eran náuticos ojos capitanes.
Daban a ratos fuegos de Santelmo
y metales del norte.

Detrás de mi inocencia
lunas dormidas en el dulce pronto...
Tal vez lo ya terrestre
ardiendo como el grillo de mi luna.

Para el suave domingo
islas de azúcar, jaulas de listones.
Para copiarme risas,
una risueña Alicia del Espejo.

¿Cómo contar mi olvido,
mi voy jugando de jugar de juegos?
La falda de mi madre:
ese almidón sembrado de violetas.

Todo el bosque del árbol
y yo la corza libre, la criatura.
¡Qué melodía de agua, qué paloma!
Mi giramor...mi girasol...mi mundo!

Enriqueta Arvelo Larriva



Llegas


Llegas. Tus ojos vienen firmes.
Gallardos, con las armas de los internos fuegos.
Yo quiero ser sencilla como el hilo sin perlas,
ágil como en la copa es la gota del borde.

Yo quiero ser sencilla, pero tú me complicas
alzándome a una estrella trémula e invisible.
Yo quiero ser sencilla. Y me colmo de quiebras,
y soy un laberinto y mi clave se pierde.

Quiero el ritmo sereno y mi inquietud florece.
Y la flor indecisa, con hojas asustadas,
desploma tu firmeza.

Y descanso en la fuga de tus ojos vencidos.
Y soy ligera y simple, como el hilo sin perlas;
ágil como la gota del borde.

Clementina Suárez



El regalo



Quisiera regalarte un pedazo de mi falda,
hoy florecida como la primavera.

Un relámpago de color que detuviera tus ojos en mi talle
- brazo de mar de olas inasibles -

la ebriedad de mis pies frutales
con sus pasos sin tiempo.

La raíz de mi tobillo con su
eterno verdor,

el testimonio de una mirada que te dejara en el espejo
como arquetipo de lo eterno.

La voluble belleza de mi rostro, tan cerca de morir a cada instante
a fuerza de vivir apresurada.

La sombra de mi errante cuerpo
detenida en la propia esquina de tu casa.

El abejeante sueño de mis pupilas
cuando resbalan hasta tu frente.

La hermosura de mi cara
en una doncellez de celajes.

La ribera de mi aniñada voz con tu sombra de increíble tamaño,
y el ileso lenguaje que no maltrata la palabra.

Mi alborozo de niña que vive el desabrigo
para que tú la cubras con la armadura de tu pecho.

O con la mano aérea del que va de viaje
porque su sangre submarina jamás se detiene.

La fiebre de mis noches con duendes y fantasmas
y la virginal lluvia del río más oculto.

Que a nivel del aire, de la tierra y el fuego,
el vientre como abanico despliega.

La espalda donde bordas tus manos
hinchadas de oleaje, de nubes y de dicha.

La pasión con que desgarras
en el lecho del mismo torrente inabarcable

como si el mismo corazón se te hiciera líquido
y escapara de tu boca como un mar sediento.

El manojo de mis pies
despiertos andando sobre el césped.

Como si trémulos esperaran la inexpresada cita
donde sólo por el silencio quedaron las cadenas rotas.

Y en tus dedos apresado el apremio de la vida
que en libertad dejó tu sangre,

aunque con su cascada, con su racha,
los árboles del deshielo, algo de ti mismo destrozaran.

La cabellera que brota del aire
en líquidas miniaturas irrompibles

para que tus manos indemnes hagan nido
como en el sexo mismo de una rosa estremecida.

La entraña donde te sumerges como buscando estrellas enterradas
o el sabor a polvo que hará fértiles nuestros huesos.

La boca que te muerde
como si paladeara ríos de aromas;

o hincándote los dientes
matizara la vida con la muerte.

El tálamo en que mides mi cintura
en suave supervivencia intransitiva,

en viaje por la espuma difundido
o por la sangre encendida humanizado

el mundo en que vivo
estremecida de gestaciones inagotables.

El minuto que me unge de auroras
o de iridiscencias indescriptibles.


Como si a ritmo de tu efluvio soberano
salvaras el instante de miel inadvertida;

O dejaras en el mágico horizonte de luces apagadas
el tiempo desmedido y remedido.

En que apresados quedaran los sentidos
y al fin ya sin idioma, desnudos totalmente.

Como si ensayando el vuelo se quemaran las alas
o por tener cicatrices se extenuaran los brazos.

La piel que me viste, me contiene y resuma,
la que ata y desata mis ramajes.

La que te abre la blanca residencia de mi cuerpo
y te entrega su más íntimo secreto.

Mi vena, llaga viva, casi quemadura,
huella del fuego que me devora.

El nombre con que te llamo
para que seas el bienvenido.

El rostro que nace con la aurora
y se custodia de ángeles en la noche.

El pecho con que suspiro, el latido,
el tic-tac entrañable que ilumina tu llegada.

La sábana que te envuelve en tus horas de vigilia
y te deja cautivo en él, duerme, sueño del amor.

Árbol de mi esqueleto
hasta con sus mínimas bisagras.

El recinto sombrío
de mis fémures extendidos.

La morada de mi cráneo, desgarrado lamento,
pequeña molécula de carne jamás humillada.

El orgullo sostenido de mis huesos
al que hasta con las uñas me aferro.

Mi canto perenne y obstinado
que en morada de lucha y esperanza defiendo.

La intemporal casa
que mi polvo amoroso te va ofreciendo.

El nivel del quebranto
o la herida que conmigo pudo haber terminado.

El llanto que me ha lavado
y que este pequeño cuerpo ha trascendido.

Mi sombra tendida
a merced de tu recuerdo.

La aguja imantada
con su impensable polen y sus rojas brasas.

Mi gris existencia
con su primera mortaja

Mi muerte
con su pequeña eternidad.



Dulce María Loynaz





LOURDES

Esta muchacha esta pintada
en un papel de arroz que es transparente
a la luz; ella vuela en su papel
al aire... Vuela con las hojas secas
y con los suspires perdidos.
Es la muchacha de papel y fuga;
es la leve, la ingrávida
muchacha de papel iluminado,
la de colores de agua...
La que nadie se atrevería
a besar por el miedo de borrarla...

Diego Maquieira



ARS VITAE

Teníamos fuerte afición al vino
le rendíamos culto a los racimos de uva
y éramos arrogantes, crédulos
pendencieros
Preferíamos la muerte
a perder la libertad
y llevábamos la alegría del amor
hasta las puertas del infierno
hasta desafiar a la misma muerte
desnudándonos en pleno combate
o agrandándonos las heridas recibidas
Y si veíamos en peligro la vida
de nuestras mujeres y la nuestra
nos dábamos muerte por gusto continuo
Y éramos tan arrebatados en la guerra
que jamás actuábamos de acuerdo a un plan
No conocíamos ni la humildad
ni la caridad, ni la abnegación
ni la dulzura
Éramos serios y semifabulosos
y adorábamos a nuestras esposas
que adoraban el falo y el oro.


Aurelio Arturo


Sequía


Porque la sed había herido toda cosa,
todo ser, toda tierra de hombres…
Y nunca más volvería la lluvia.

Y moría la aldea en el silencio de bronce.
Los flacos perros alargaban sus lenguas hasta las
galaxias.
¿Y sólo en secreto saben hablar los bosques?

Y la sed enseñaba palabras procaces,
era un recuerdo de savias y frutas,
era un lirio de hielo abierto en todo el cielo.
y dijo el hombre: aquí junto a mi lecho
perros de sed y fuego saltan a mi garganta…
Pero más allá de las lontananzas
oigo venir la lluvia danzando jubilosa
con violetas y rosas,
la siento venir en distancias de años,
sus pies menudos, finos y saltarines.

Si lloviera en la aldea,
sobre los valles que bostezan secos,
si lloviera sobre las alfombras
del monte,
sobre la noche de rocas amarillas.

Una delgada aguja había,
perdida,
en la profusa sombra,
una agujita de agua.

Y la joven madre cobriza
inclinada y desnuda como hoja de plátano,
prendido de sus senos
tiene un hijo de barro,
otros días los cielos tímidos descendían
a picotear los granos en su palma de greda.

¿Dónde el agua desnuda,
el agua que brilla y canta?

El agua es en la noche como una luz opaca.

Y esa palabra húmeda sonando lejos en el monte.
Ese fresco tambor no se sabe en dónde.

Jaime Jaramillo Escobar



Mamá negra

Cuando mamá negra hablaba del Chocó
le brillaba la cadena de oro en el pescuezo,
su largo pescuezo para beber agua en las totumas,
para husmear el cielo,
para chuparles la leche a los cocos.
Su pescuezo largo para dar gritos de colores con las guacamayas,
para hablar alto entre las vecinas,
para ahogar la pena,
y para besar a su negro, que era alto hasta el techo.
Su pescuezo flexible para mover la cabeza en los bailes,
para reír en las bodas.
Y para lucir la sombrilla y para lucir el habla.

Mamá negra tenía collares de gargantilla en los baúles,
prendas blancas colgadas detrás del biombo de bambú,
pendientes que se bamboleaban en sus orejas,
y un abanico de plumas de ángel para revolver el aire.
Su negro le traía mucho lujo del puerto cada vez que venían los barcos,
y la casa estaba llena de tintineantes cortinas de conchas y de abalorios,
y de caracoles para tener las puertas y para tener las ventanas.
Mamá negra consultaba el curandero a propósito del tabardillo,
les prendía velas a los santos porque le gustaba la candela,
tenía una abuela africana de la que nunca nos hablaba,
y tenía una cosa envuelta en un pañuelo,
un muñequito de madera con el que nunca nos dejaba jugar.
Mamá negra se subía la falda hasta más arriba de la rodilla para pisar el agua,
tenía una cola de sirena dividida en dos pies,
y tenía también un secreto en el corazón,
porque se ponía a bailar cuando oía el tambor del mapalé.
Mamá negra se movía como el mar entre una botella,
de ella no se puede hablar sin conservar el ritmo,
y el taita le miraba los senos como si se los hubiera encontrado en la playa.
Senos como dos caracoles que le rompían la blusa,
como si el sol saliera de ellos,
unos senos más hermosos que las olas del mar.
Mamá negra tenía una falda estrecha para cruzar las piernas,
tenía un canto triste, como alarido de la tierra,
no le picaba el aguardiente en el gaznate,
y, si quería, se podía beber el cielo a pico de estrella.

Mamá negra era un trozo de cosa dura, untada de risa por fuera.
Mi taita dijo que cuando muriera
iba a hacer una canoa con ella.


Pedro Lastra



MADRIGAL

En el sueño inventé para ti una canción,
tus ojos alejaban en ella a la muerte
y tus manos venían
a borrar el celaje de algunas estaciones
sombrías del amor,
un invierno muy frío en el sur.

Huyó de mí en el día la canción,
fue hacia ti
que eras la voz amada
de ese coro de sombras.


Gabriel Zaid


Elogio de lo mismo


¡Qué extraño es lo mismo!
Descubrir lo mismo.
Llegar a lo mismo.

¡Cielos de lo mismo!
Perderse en lo mismo.
Encontrarse en lo mismo.

¡Oh, mismo inagotable!
Danos siempre lo mismo.

Eugenio Montejo




Islandia


Islandia y lo lejos que nos queda,
con sus brumas heladas y sus fjordos
donde se hablan dialectos de hielo.

Islandia tan próxima del polo,
purificada por las noches
en que amamantan las ballenas.

Islandia dibujada en mi cuaderno,
la ilusión y la pena (o viceversa).

¿Habrá algo más fatal que este deseo
de irme a Islandia y recitar sus sagas,
de recorrer sus nieblas?

Es este sol de mi país
que tanto quema
el que me hace soñar con sus inviernos.
Esta contradicción ecuatorial
de buscar una nieve
que preserve en el fondo su calor,
que no borre las hojas de los cedros.

Nunca iré a Islandia. Está muy lejos.
A muchos grados bajo cero.
Voy a plegar el mapa para acercarla
Voy a cubrir sus fjordos con bosques de palmeras.

Rubén Bonifaz Nuño




PARA LOS QUE LLEGAN A LAS FIESTAS

Para los que llegan a las fiestas
ávidos de tiernas compañías,
y encuentran parejas impenetrables
y hermosas muchachas solas que dan miedo
—pues uno no sabe bailar, y es triste—;
los que se arrinconan con un vaso
de aguardiente oscuro y melancólico,
y odian hasta el fondo su miseria,
la envidia que sienten, los deseos;

para los que saben con amargura
que de la mujer que quieren les queda
nada más que un clavo fijo en la espalda
y algo tenue y acre, como el aroma
que guarda el revés de un guante olvidado;

para los que fueron invitados
una vez; aquéllos que se pusieron
el menos gastado de sus dos trajes
y fueron puntuales; y en una puerta
ya mucho después de entrados todos
supieron que no se cumpliría
la cita, y volvieron despreciándose;

para los que miran desde afuera,
de noche, las casas iluminadas,
y a veces quisieran estar adentro:
compartir con alguien mesa y cobijas
vivir con hijos dichosos;
y luego comprenden que es necesario
hacer otras cosas, y que vale
mucho más sufrir que ser vencido;

para los que quieren mover el mundo
con su corazón solitario,
los que por las calles se fatigan
caminando, claros de pensamientos;
para los que pisan sus fracasos y siguen;
para los que sufren a conciencia,
porque no serán consolados
los que no tendrán, los que no pueden escucharme;
para los que están armados, escribo.
 

Perla Rotzait



XXXI

Cuando regreses a tu ciudad
-si regresas
y te vea en un tiempo verde
Cuando regreses a casa
-si regresas
y comencemos a hablar
-si hablamos
Y te diga tú
y tú me digas
y podamos reconocernos-
sabremos que vivimos aún


(de "Ella ríe sin embargo" -Obra reunida-
bajo la luna Editorial, 2009)

Rafael Alcides Pérez



Canción para los dos


Eres tan frágil
que me gustaría
darte la comida
yo mismo,
lavarte la cabeza
yo mismo,
con una mano muy limpia
peinarte
yo mismo
y de ser posible
(si se pudiera),
morirme en tu lugar.

Oh extraña
flor desvalida,
criatura que hasta el viento
de una tarde azul
pudiera arrastrar,
y sin la cual
ya voy siendo
bastante menos
que
nada.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Wislawa Szymborska




NOTAS DE UNA EXPEDICIÓN NO REALIZADA AL HIMALAYA




Así, pues, esto es el Himalaya.

Montañas corriendo hacia la luna.

El instante del despegue detenido

en un cielo rasgado.

Un desierto de nubes lleno de agujeros.

Un golpe en la nada.

El eco: un mudo blanco.

Silencio.

Yeti, abajo es miércoles,

hay abecedario y pan,

dos y dos son cuatro,

y la nieve se funde.

Hay una manzana roja

partida en cuatro.

Yeti, entre nosotros

no sólo existe el crimen.

Yeti, no todas las palabras condenan a muerte.

Heredamos la esperanza,

regalo del olvido.

Verás cómo entre ruinas

parimos niños.

Yeti, tenemos a Shakespeare.

Yeti, tocamos el violín.

Yeti, al anochecer

prendemos la luz.

Aquí, ni luna ni tierra,

y se congelan las lágrimas.

¡Oh, Yeti, casi hombre de la luna,

piénsalo y vuelve!

Así dije, a gritos, al Yeti

entre las cuatro paredes de avalanchas,

y para entrar en calor pateaba

en la nieve,

en la eterna.


(de "Llamando al Yeti" 1957)


martes, 16 de septiembre de 2014

María Calcaño




La Toma

Me trepan las raíces
de tus manos amadas
y arropada en caricias
ya casi no me veo.

Me saltaste tan sólo
la blancura serena;
seguros de la noche
me moldearon tus brazos,
y fue un enredo fácil
la fiesta inagotable.

Hombre partido en cien
que me fuerzas la vida,
en mis pechos desnudos
desata tu rudeza,
para que tengan ellos
ese duro barniz
que les falta de hombre.

Niní Bernardello




Tres para Moreira

1


Pulsionó la boca bicolor
y soltó una arremetida
mujiente con brillos
de plata repujada.
Polvillo de pulpería
depositado entre las manos.
La garganta con caña
se afina, dijo Moreira
y su boca contuvo
largo rato el trago
calentándolo.
Mirálo ahora
junto a Navarro
cuando echa adentro
de su boca
ese buche cálido
de varón a varón
estremecidamente
volcado
bajo las estrellas.


2


¿Qué me viene de vos, Moreira?
Altivo en tu chiripá negro
barba como de seda suave
Crece en mi tu imagen
destituida por el orden
Viene de tu criba
pudorosa y de esa daga
de madera pintada
Primor de circo pobre
Desmadrado perfil
sube a mí usurpando
un beso de pasión
apasionado
en real prenda de amor
dado
Te vi Moreira
y no me callo


...


Se fue Moreira al claustro
de las estrellas. Dejó su pasión
en una pared encalada y ajena.
Hubiera querido entender
de golpe, su misterio. Me digo:
es la vida nuestra de compadres
peones y capataces entreverados
a gritos, oliendo a tabaco negro
y alcohol barato. Pienso porqué
a la suerte se le antojó siempre
sangrar de este lado de la vida.
Morir, morirnos sin chistar
mirando el cielo o al suelo.


(de "Agua Florida" 2013)

lunes, 15 de septiembre de 2014

Irma Cuña



PRODIGA


Volví a la luz extensa del verano

y al viento circular de las esquinas.

Neuquén es un cristal,

un cuarzo sepia.

Pueblo desconocido

donde inventé el espejo de una historia

y la poblé de cascos en el aire.

(en aquel aire ululador y tenso).

Un aire tangible

que más parece un agua, una corriente,

un surtidor horizontal

-un brazo-

que el natural camino de la cara.

Y otra vez ese polvo amarillento

y esas piedras hundidas

Entre pelos de pastos requemados.

Patria de negación: sin

verdes,

rojos,

alas,

concavidades.

Sólo este movimiento del planeta

espiral o de flecha,

bamboleo.

Fui a buscarte quetzales,

mariposas,

enormes colas de serpientes vivas,

venados tímidos,

turquesas,

y me has devuelto el filo del silencio

y el ardor de la arena

para siempre.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Mery Yolanda Sánchez




LOS OTROS

No alcanzaron a sentir miedo. Cuando los cortaron el dolor llegó primero, la boca de la bota en la cara. Pronto el susurro de la sierra fue lejano. Un pajarito almorzó los pecados de las vísceras.
Sus sombras siguen y recogen los sombreros que atajó el viento.
Las mujeres orinan cualquier lugar.
Los niños se volvieron ancianos amarrados a los alambres de púa.
Tres territorios debajo de las carcajadas de los asesinos.
Y sus sombras también son perseguidas, señaladas y marcadas desde los pájaros metálicos, dueños del cielo.



Teófilo Tortolero




ANAXANDRA

Anaxandra
Tu nombre este invierno araña mi puerta
A veces creo que estás en alguno de los grillos
Que cruzan la pared empapelada
Advierto todo el temor de ti
Cuando un trueno revienta sobre los hormigueros
O desde la puerta del fondo veo cómo el día
Es tragado por la barriga del corral
De noche froto las manos del desvío
Sólo para que no me encuentre
Anaxandra
Tu cabeza cocida de muñeca

Maricela Guerrero




Acumulación

Un poema es una acumulación que se distiende:
costal de gatos refulgentes en las bóvedas del tiempo: prisa y nebulosas:
días repletos de cestos de fruta
y de cestos con cáscaras y semillas.

Días colmados de prisa y nebulosas, hijo.



Paulo Leminski




Aquí…

aquí

en esta piedra

se sentó alguien
mirando el mar

el mar
no se detuvo
para ser mirado

fue mar
para todo lo que es lado



Alice Ruiz






hay una palabra
que no se dice
ni por bien
ni por mal
hay una palabra
que no se come
que no da vida
hay una palabra
que no cuenta
ni para un animal
hay una palabra
loca por ser dicha
fea hermosa
y no se dice
hay una palabra
para el que no dice
para el que no calla
para el que tiene palabra
hay una palabra
que la gente tiene
y en la hora H
falta



Irma Peirano



Pino reseco en el suelo,
yedra reseca en el aire,
una ponzoña amarilla
curva de muerte el paisaje.
¡Ah, el resol! Cómo consume
la dura raíz de amarte.
¡Qué acongojada la rosa
y qué transparente el ave
y el corazón qué vencido
y qué caída la sangre!

Pablo Palacio







AS DE CORAZONES YO Y MIS RECUERDOS






Solo como una moneda de mendigo.

Aporreado por

la vida y con ‘qué importa’ sobre los hombros.

No fue esa la mujer que debió llenar mi

(alma; era

tan cobarde como una hoja de oro; ni fue

(la otra, que

enmudecía y se ponía pálida; ni fue la

(tercera, que me

amó antes de que yo la amara; ni fue la

(cuarta de todo

el alto de una mujerzuela.

Debo esperar el tiempo de las frutas

(maduras para

gozar del sol dorado de los siervos, tendido

(a lo largo de

mi vida con este frío voluminoso en las

(mucosas y estas

corazonadas retumbantes y esta llenura del

(cerebro que

ocupará mi anhelo definitivamente.

Pero talvez ya nada queda en ningún rincón

(del

mundo y voy a estar por toda una eternidad

(tendido

en el andamiaje de mi esperanza, tendido

(como un muerto.

As de corazones

yo y mis recuerdos.

Pero qué es eso de los recuerdos si ya no

(me hacen

poner alegre ni triste, ni me importan esas

(arrugadas

caricias porque no soy un tratante de viejo?

NADA te debo, madre: no sé de qué color

(fueron

tus ojos, ni sé si fueron suaves las palmas

(de tus manos,

ni si tus besos fueron dulces.

Yo solo

tendido como un muerto.