sábado, 10 de octubre de 2015

Richard Eberhart




La Marmota

En junio, en medio de los campos dorados,
Vi una marmota muerta tendida.
Ella yacía muerta; mis sentidos se agitaron,
Y mi mente abarcó nuestra desnuda fragilidad.
Allí, humildemente, en el vigoroso verano
Su forma comenzaba el absurdo cambio,
Y hacía a mis sentidos vacilar confusos
Al ver la naturaleza brutal con ella misma,
Revisando de cerca la fuerza que la agusanaba
Y la hirviente caldera de su ser,
Mitad con repugnancia, mitad con un amor extraño,
Hurgué en ella con un palo, encolerizado.
La fiebre surgió, se convirtió en llama
Y el Vigor circunscribió los cielos,
Energía inmensa del sol,
Y a través de mi esqueleto un sombrío estremecimiento.
Mi palo no había hecho ni bien ni mal.
Entonces me mantuve en silencio a la luz del día
Mirando el objeto, como antes;
Y perseveré en mi veneración por el saber
Tratando de controlarme, de apaciguarme,
De reprimir la pasión de la sangre;
Hasta que caí de rodillas
Suplicando por la alegría ante la visión de la podredumbre.
Y así me despedí; y regresé
En agosto con ojo escrupuloso, a ver
A la savia ya extinguida de la marmota
Pero aún quedaba la huesuda armazón podrida.
Aunque el año había perdido su sentido,
Y encadenado al intelecto
Perdí tanto el amor como el asco,
Aprisionado entre los muros de la erudición.
Otro verano se apropió de los campos nuevamente
Sólido y abrasador lleno de vidaPero cuando por acaso, llegué al paraje
Había solo un poco de pelo,
Y huesos blanqueándose bajo el sol
Hermoso como arquitectura;
Los miré como un geómetra,
Y corté una vara de abedul para un bastón.
Esto fue hace tres años.
Ya no hay señal de la marmota.
Permanecí allí en el verano vertiginoso.
Mi mano cubriendo un corazón marchito,
Y pensé en la China y en Grecia,
En Alejandro en su tienda de campaña,
en Montaigne en su torre,
en Santa Teresa en su desgarrado lamento.


(Versión de Carlos Barbarito)


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