martes, 18 de febrero de 2014

Alfonso Sola González




Para una tumba de Francisco de Quevedo


                                                          A Shin Shalom

Este tambor, oh muerte, esta esmeralda oscura
quemándose en el polvo
terrenal,
insignias son de un reino.

Y si no es el gran resplandor del ángel
y sí la codiciada arena
el espejo que brilla
sobre el pecho de un hombre
devastado por las rosas, por la memoria
de la tierra,
alguien sabrá decir el honor de este día,
la palidez de sus venas en la postrera
sombra.

Amor, tú que quemaste el palacio y la hiedra,
que derramaste su médula de plata en el olvido;
tú que elegiste delicadamente
la niebla matinal de los amantes,
los abanicos de la tarde, el tiempo;

amor, amor tú que dormiste
en sus sagradas sienes
como un pájaro duerme sobre la gran ceniza
del mar;
amor, amor,
escucha el tambor y el arpa del día
cayendo
sobre el polvo.

(Obra poética, edición de la Biblioteca Nacional, 2015)

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