martes, 18 de febrero de 2014

Roberto Raschella




Erabogador de arenas.
Te encontré echada, verdeabierta, acecho
que se rompió como una queja blanca.
No este jardín. No germinaba el esqueleto,
en el suelo febrilmente frío, bajo mis restos
de blandas glicinas que desaparecen. Éramos,
compañeros de nadie. Las palabras no gozaban.
Nuestras manos crecían la malía de deslumbradas cuestas.
No, no sabes todavía. Era ausencia el bajel de conventos
voladores y mezcladas naves. Subir al árbol,
formar un valle infame donde la pértiga muere,
en oscuras voces todavía agrarias.
[y un hombre, un bastón curvos te amenazan]
Iamunindi. Inmaduros, odiando.

Fábula del hato. Huso luminoso. Epitafi o de aceite.
Sonrisa de paja. Malla de iguales y antiguas quietudes;
y el haba que reluce por el hambre de mayo.
Casa desventurada y negra.
Dura ciudad. La mujer renga se quedó en el pueblo.
Iamunindi.

Dinastía de cítricos costeros. Tierra bailarina
de algodón y madera. Bandada, sin aire.
Iamunindi: sólo el cielo no parte.

Y un hombre
se me revuelve por las calles. Delirio de conocer,
y no ser conocido. Feroz, en las colinas, vendimia helada.
Austral espiga. Marcha con el fémur, marcha con la tibia.
Polifemo por dos ojos. Madrigal borracho. Gris luz sarracena.
Horda de cachorros ante los padres transparentes.
Lleno de rojo, y envuelto, y rojo. Con las cabras
del alma, negra alma. Trepaba buscando
la fl or sudada, los palacios
de mármoles sin ojos. La mujer, en navajas.
Pasión de ella, pasión de ti.
El vino, el alba gregoriana, el cuerpo hambriento,
el iris que no se quiebra, la tos desolando muros,
nos llevan, todo sueño matinal.
Y corren sobre los agujeros negros.
Las mujeres eran azules. Las mujeres son negras.
Poesía, vienes de lo negro,
Los nudos se aceleran. Cedo ante el pasado.
Cada cosa es,
fija imagen. Aplasto la entraña,
de nácar, de asco. Desciendes.
Si debes enlutarte,
enluta.
No mueras.
No vuelvas.

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