viernes, 21 de marzo de 2014

Debrik ankudovich




LA MÁSCARA


Me desconozco. Niego rotundamente que esos rastros que
delatan la niebla me pertenezcan.
La estética del instinto no deja huellas objetables.
Es copia original de un eclipse, la murmuración de la especie
que sepulta los restos de una ecuación miserable.
El silencio es la asfixia donde la nueva criatura, tatuada en el
abismo, inserta metales en la carne, condenada bestia futuro.
La antropofagia rige.
Me desconozco. No son mis huesos los que están allí abajo,
tapados por la piedra, donde brillan flores simuladas, que no
soportan el peso de la repugnancia, la consistencia del olvido;
la náusea.
Podrán llevar mi dolor y ponerle número, en la obsesión de
la matrícula, y desmembrar la fibra incorregible, pétalo negro
de la flor tan blanca.
Pero no soy yo quien rechaza las fugaces evidencias, sino las
palabras. El artificio de la palabra es un aullido latente; no
un sitio demorado, una falsedad irreprochable y funcional.
Los tóxicos que inflaman la conciencia, provienen del tumulto
encadenado, del gusano, del mercado; de una fiebre que pacta
con los paños fríos del sustento transitorio.
¿Es necesario vivir protegidos
por la misma furia que nos acecha?
Me desconozco, y me proclamo invisible.



No podrán demostrar que ha sido el sueño, la sensualidad de
la quimera humana, la utopía, la que ha dejado a esos niños
con ojos de ceniza, ciegos de un terror, (sin abundar en los
detalles).
El canto de la sirena declara por sí mismo, la perversidad del
antro, donde la proporción niega la parte; donde se entrega la
cápsula de lo imposible y al sujeto se sujeta en lo semejante
que prescinde del espejo.
No son mis dientes los que han marcado a la belleza en su
máscara inocente. Ni mi lengua ha injuriado a los demonios
en la mueca de este siglo, en lo evidente.
No pagaré el rescate extorsivo de una esperanza insidiosa,
que no admite el diagnóstico imprescindible de la sospecha.
Me desconozco. Me declaro cómplice del silencio.
Mi única envoltura han sido las palabras.
Las cicatrices que ostento, son la clave del refugio que me
oculta, entre otros animales, de la gula decadente.
¿Cuál es la fórmula de los sobrevivientes?
¿Masticarse?
¿Aullar en la noche de la peste moralizada?
¿Sonreír en la prótesis de lo perdurable?
¿Nacer del huevo desdichado que repite el infinito?
¿Esconder viscosidades en la sacrosanta mentira?
Resuelvan entonces.
Resuelvan sobre estas conspiraciones impalpables.
¿Van a clausurar las estrellas?
¿Van a encender la antorcha del ocaso?

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