sábado, 22 de marzo de 2014

Moya Cannon





EL TREN

El terraplén del ferrocarril a nuestra izquierda
traza una línea verde a través del pedregal y el brezo grisáceo.
Una vía fantasma transporta un tren fantasma
al oeste desde Letterkenny a Burtonport.
En uno de los asientos de tablillas de madera se sienta
una muchacha seria de catorce años, de Tyrone,
fino, lacio pelo rojo.
El tren resopla con un sonido metálico sobre nuestras cabezas
a través de las torres de alta tensión hechas de piedra
que flanquean la parte más estrecha del camino.
La muchacha viaja para estudiar en Ranafast
en mil novecientos veintinueve.
El tren de vapor de trocha angosta avanza tan despacio
que ella puede sacar un brazo
y arrancar las hojas de los pocos árboles del costado.
Su amiga sostiene su sombrero fuera de la ventanilla
y lo hace girar y girar, con la mente en blanco,
hasta que rueda y aterriza en el pedregal.
Mi madre no sabe que esa línea del ferrocarril fue construida
por varones que creían que el tren había sido vaticinado
en las profecías de Colmcille
como un cerdo negro resoplando a través del vacío.
Ella no puede profetizar, por eso no sabe
que su padre morirá en tres años,
o que conocerá a su esposo
y pasará su vida adulta
al oeste de estas redondas colinas de granito,
o que, en setenta y cinco años,
una de sus hijas la llevará en coche
bajo ese puente que ya no existe
fuera de Donegal
por última vez.
Todo lo que sabe es que está yendo a Ranafast
y que el tren avanza muy despacio.

(Traducción de Leonor Silvestri, en Irlandesas. 14 poetas contemporáneas, Ed. Bajo la luna, Buenas Aires, 2011.)

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