sábado, 22 de marzo de 2014

Herberto Hélder





CICLO

I


Escucho la fuente, mi misterioso desígnio
de cantar el amor.
De la tremenda alegria de la carne
debe venir el espíritu del canto, de vuestra
deslumbrante alegría, oh intensas
criaturas solares.

Todo lo que es como señal fecunda
de la tierra, todo lo que se toca
entre conmoción y pensamiento
debe participar de vuestro cántico, oh
cuerpos apotósicos, cuerpos
reconstruidos sobre el frio ascético de los cadáveres.

Vuestro es el vino liberador, la hierba
virgen, oh pequeñas cabras rituales, la hierba
junto al agua, junto al silencio,
junto a la brisa — vuestro es el polen incorrupto,
el fruto, el día, la delirante
luna encarnada.

Venís en la simple armonía del hambre
y de la mesa,
con gestos sexuales de una gracia infantil
o puro impudor,
la generosidad ingenua
del pecado.

Canto vuestros muslos verdes, el antiguo
torbellinar del instinto
que transportais castamente como un depósito
en el sagrario del sexo,
canto vuestro vientre diurno,
la gran inocencia de una entrega

milagrosa.

Humildemente tejo mis palabras gratas
sobre la bella ferocidad
de la carne, levanto mi taza,
oigo el oculto rumorear de la fuente.
Humildemente disipo la soledad, acepto vuestra llamada de esperma,
merezco la poesía.

— Humildemente repudio la muerte.

(Trad. Xosé Lois García)

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