Suavemente para dormir a la sombra del olvido
esta noche
mataré a los merodeadores
silenciosos bailarines
nocturnos
y cuyos pies de terciopelo negro
son un suplicio para mi carne desnuda
un suplicio suave como el ala de los murciélagos
tan sutil que lleva el espanto
a los puntos en que la piel se vuelve temerosa, se conmueve
para amar mejor, para tener miedo
de otro cuerpo y del frío.
Pero, ¿en qué río huir de esta noche oh razón mía?
Es la hora de los muchachos malos
la hora de los malos bandidos.
Dos grandes ojos de sombra en la noche
serían tan dulces para mí, tan dulces.
Prisionero de las tristes estaciones
estoy solo, un bello crimen ha resplandecido
allá, allá en el horizonte
alguna serpiente acaso, helada de no amar.
Pero, ¿dónde fluye, dónde fluye a lo lejos
el río que necesita
mi razón para huir de esta noche?
Por las orillas van las jóvenes
sus ojos están cansados, sus cabellos brillan.
Nada sé decirles a esas jóvenes
de las que los muchachos malos
son
de las que ellos
son
los orgullosos revendedores.
Estoy solo, un bello crimen ha resplandecido.
Dos grandes ojos de sombra en la noche
serían tan dulces para mí, tan dulces.
Es la hora de los malos bandidos.
(1924)
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