De manera que soñé capitanes y ataúdes de colores deliciosos...
Alejandra Pizarnik
Si la palabra MUERTE abrigara un hombre bajo el poncho,
manso de actitudes / dulce de palabras / bello
como los caquis en otoño / que me endulzara la boca
con su áspero sabor a macho en celo;
si MUERTE fuera un muchacho fuerte y juguetón
como un cachorro sin destetar,
que mordiera mis tobillos y me robara la ropa interior,
los zapatos y las medias;
si ese MUERTE que tal vez ya me observa
-centinela del siglo que asoma sus encías inmaduras-
mostrara un rostro de barba negra y cariciosa,
un resuello de varón maduro
y sienes clareando en la penumbra;
entonces sí me gustaría encontrármelo de frente
aunque fuera en un callejón oscuro,
o en la mitad de un verano bajo los árboles de mi casa
en un domingo cualquiera
de ésos que nadie halla motivos para recordar.
Me abrazaría entonces al mentado muerte convencida
de que es mi último caballero andante,
el olvidado príncipe azul o un valiente filibustero
que viene a rescatarme / a seducirme
a llevarme consigo
para que por fin juguemos
un último juego
de esperanza
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