puntual tu reclamo de rocío
y entre ramales de olorosa arena
éramos juntos en tu reino ambiguo,
tu enamorado de tu quena de agua,
yo, con mi asombro y mi silbido.
Con que floridos toros el verano
acosaba tu cuerpo desmedido
y que orillas de cajas y jinetes
anticipaba la sazón del trigo.
Te daba yo guirnaldas de bejucos,
tu, rumores y peces evasivos
o tesoros de diáfanos guijarros
o pedazos de cielo sumergido.
-Orillas del río
que me veis llorar
ya no están las aguas
que vine a mirar.
En vecindad de líquenes y abejas
iba un ángel oculto en mis sentidos,
me decía los pájaros el nombre
de las cosas a todo escondido
y la noche su fábula invasora
de duendes y luciérnagas y de grillos.
Qué dulce tu corriente sin mojaba
el borde de mi sueño en su latido
hasta colmarme de presencias puras
o mecerme en espacios indecisos.
Aún no estaba en mí sino en el aire
en un fanal de imágenes perdido:
vacilaba mi ser entre los otros
seres trocado en pez en ave o en racimo.
-Aguas espumosas
que vais a la mar
los pasos que andaba
vengo a desandar.
Fresca la sien de toronjil y albahaca
y el aire de naranjos y de mirlos
entre tus gajos la ciudad crecía
como fruto recién nacido.
Ah, su olvidado pecho de guitarra
bajo el jazmín insomne del rocío,
su cintura de tapias y cebiles
y las cintas y espuelas de su brío.
Es una antigua estampa de herrería
y troperos y duelos a cuchillo,
potros bravos y llamas apacibles
y un lento carrusel de villancicos.
-Destrencen las trenzas,
vuelvan a trenzar.
El clavel más puro
luce en el portal.
Como un ramo de efímeras espigas
quemándose en las crines del estío,
desnudos, como entonces, en tu espuma
relumbran bulliciosos niños
y sumisas mujeres desvanecen
el fulgor de sus caras en tu frío.
Entre ramales de olorosa arena
éramos juntos en tu reino ambiguo,
tu enamorado de tu quena de agua,
yo, con mi asombro y mi silbido.
-Río caudaloso
déjame pasar.
Se me ha muerto un ángel
lo vengo a velar.
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