viernes, 7 de marzo de 2014

Cesare Pavese





FIN DE LA FANTASÍA

Este cuerpo no habrá de renacer. Tocándole los párpados
se siente que un montón de tierra está más vivo,
pues la tierra, aun al alba, no hace más que callar ensimismada.
Pero un cadáver es la sobra de demasiado despertares.

No poseemos más que una virtud: comenzar
cada día la vida -delante de la tierra,
bajo un cielo que calla -aguardando un despertar.
Alguien se asombra de que sea tan fatigosa el alba,
de un despertar a otro queda un trabajo hecho.
Pero sólo vivimos para ir en un tamblor
al trabajo futuro y despertar de una vez a la tierra.
Y a veces nos sucede. Luego vuelve a callar con nosotros.

Si al rozar ese rostro no estuviera temblorosa la mano
-viva mano que siente la vida cuando toca-,
si ese frío en verdad no fuese más que el frío
de la tierra, en el alba que hiela la tierra,
quizás esto sería un despertar, y las cosas que callan
bajo el alba dirían todavía palabras. Pero tiembla
mi mano y entre todas las cosas se parece a la mano
que está inmóvil.

Otras veces, despertarse en el alba
era un seco dolor, un desgarrón de luz,
pero era también una liberación. La avara palabra
de la tierra era alegre, en un rápido instante,
y morir todavía era volver a ella. Ahora el cuerpo que espera es
un resto
de demasiados despertares y no vuelve a la tierra.
Y los rígidos labios no lo dicen tampoco.

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