sábado, 15 de marzo de 2014

Robert Walser




BOCETO PARA LA CAÍDA DE ÍCARO


Islitas relucientes en el mar,

fragatas de incierta procedencia,

las islas atesoran gran cultura,

así, entre las diecinueve y las veinte horas

o sea, al anochecer,

mas, no,

aún no es tan tarde pues un campesino,

uno de esos hombres laboriosos que se desloman para reunir unas monedas,

trabaja todavía en su campo

como un héroe agrícola,

juega su juego, gana su magro dinero,

la tierra es pardo negruzca.

Un ser alado a punto está de confiarse

al aire, más tarde lo veremos

agitándose en el éter.

De maravillosa picardía

la mirada de la luna, uno se sienta

admirado sobre el templo de la naturaleza,

encima de una piedra prehistórica,

limitándose a contemplar

a un pajarillo canoro, volador, enamorado de sus trinos,

mientras sus ovejas, abandonadas a sí mismas,

pacen tranquilas en el pálido poniente

adornado de tonos rojizos.

¡Ay, dolor! una mano

gesticula en mudo grito de ayuda desplomándose

desde lo alto,

y cómo sonríe, alegre, la bahía

con máxima afectación, porque él juró

que vencería a la gravedad

sobre el mar,

se casaría feliz

con la divina belleza en el azur

y se burlaría de las raíces de la tierra, mas

se convierte en excelente maestrillo en volteretas

y ahora habrá percibido

su relativa pequeñez.

No obstante, loables son los dones

del espíritu emprendedor, lo que he escrito aquí

se lo debo a un cuadro de Brueghel enraizado en mi memoria

y al que tributé el máximo respeto

porque me pareció una espléndida pintura.

Cualquier afán

por elevarnos

sobre la vulgaridad

tiene un límite en la vida.

(Ante la pintura)

No hay comentarios:

Publicar un comentario